martes, 8 de febrero de 2011

El dolor como esencia.




Ocurre en el transcurrir del alma humana la intención que opta                         por experimentar sobre la forma que no concede amparo al corrompido recreo de la conciencia y tampoco asiste al manoseado expediente              de lo pulcro. Ocurre como piedra pendiente del vacío, como pozo              que se adueña de la tierra, como silencio crudo.

Al relegar la cosmética, artificio de aquellos que se guardan tras el muro     de la pornografía decorosa, con la que se pretende chasquear la mirada      de la muerte, Walbey acepta que la anatomía, aunque vigorosa, también pueda expresarse desde la vulnerabilidad, así concede a la figura unas extremidades poderosas, piernas, muslos y glúteos que se arrogan                      el ambiguo poder de seducir y al mismo tiempo soportar pecho y abdomen afligidos por carnes adiposas que descansan sobre una musculatura        que apenas se atreve a declarar su presencia.

El gesto revela la postura de quien ha escarmentado en la dureza de una vida mediada por la subordinación: Los hombros ligeramente empujados   en diagonal, brazos que no encuentran lugar de sosiego y esconden incidentalmente tras la espalda sin dar explicación o ejecutar reclamo, arriba, el cuello estira doloroso hasta llegar a un cráneo que no es                 y que,  al vincular propensiones, se transfigura en falo que ha de sustentar su causa en oquedades.

Una mujer embarazada de rostro inédito, pechos desecados, extremidades que terminan en pies y manos macilentos, es sostenida por un cuerpo penosamente erguido interrogando al cielo sin esperar asilo, consolando,    a la vez que extiende, la privación de amparo al compañero-hijo,              quien al asumir el ademán de la derrota entrega sus ojos a la tierra.




Luego, al girar el rostro, se nos obsequia con la vista de mujeres en grupo, solidarias, tiernas: son las Gracias, que han persistido en la búsqueda           del auxilio divino, imposible o tardío , agobiadas por una dádiva en espera de ser; cada una de ellas oferta brazos y piernas despojados de sustancia, manos y pies tan desmedidos que acentúan el dramatismo de la morfología, pudiera decirse que la vida hubiese escapado de ellas aún antes de haber tropezado con la muerte.

Trazos que se adhieren a nuestro espíritu por la fortaleza de la expresión, por el desmadejamiento, por un divisor común, adjudicarse la realidad sin pretextar ignorancia, desviando la mirada del lugar donde se encuentra       el bienestar, precario valor de uso que los extraviados han tomado como propósito de vida.

Walbey opone a la visión posmoderna del ser humano -individualizada funcionalmente, aunque repetición del otro- la imagen desnuda                  del infortunio que al rozarnos indistintamente nos diferencia, del riesgo   que ineludiblemente nos reduce,  asunción  de una cosmología                 que evidencia desde la práctica de una estética  personal, aquello             que nunca hubiéramos deseado que sucediese y fue, a causa                        de la probabilidad, de la suerte, presupuestos en los que estamos insertos aún antes de nacer y que se presentaron por intermedio de nuestros padres, de nuestros cómplices o rivales, de la sociedad como agente de lo adverso.

Erótica que privilegia el dolor, sustantivo de la existencia y aprendizaje         que nos modela, roca que habremos de escalar o no y la que jamás -a pesar de los engaños que el temor haya entreverado en el cotidiano transitar-
 habremos de eludir,
                                                          Carlos Flores-Michel
                                                           Ciudad de México en el Nuevo Milenio.

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